A Buddas tale

Es el mismo juego que entregué en el segundo parcial y aprobé con lo justo, por problemas personales no lo pude actualizar así que volveré a rendir la materia en febrero.


Santiago Elías Velardez

Miércoles 21hs.


Tomás Acevedo era un desarrollador de videojuegos hispanoamericano, tenía una vida muy tranquila junto a su esposa María y sus 3 hijos, siempre había sido muy bueno con sus amigos y vecinos, una persona muy querida por todos los que lo conocían, y que todo lo que hacía lo hacía por sus hijos, pero todo cambió cuando lo echaron de su trabajo. Tomás, destruido, decidió empezar con el proyecto de su vida, y empezó a desarrollar un juego por si mismo, uno digno de una empresa gigantesca, pero los problemas no tardaron en llegar. El exceso de trabajo empezó a traer discusiones con su familia, ya que no pasaba tiempo con ellos y estaba todo el día en su oficina, mientras todos sus ahorros se iban en comida y servicios.

Esto llevó a un divorcio, donde María tomó custodia de sus 3 hijos, y el juzgado acordó en que Tomás no iba a poder ver a sus hijos nunca más, ya que este había comenzado a presentar los primeros síntomas de demencia. 

Devastado por lo abajo que se había venido su vida de un momento a otro, Tomás decidió acabar con todo de la manera más rápida posible, y se quitó la vida colgándose de una soga en el garaje.

Luego de agonizar por la falta de oxígeno por unos minutos, Tomás se sintió muy aliviado repentinamente, como si todos sus problemas se hubieran desvanecido, y sentía que había rejuvenecido por lo menos 40 años, no le dolía nada y estaba como nuevo. Cuando abrió los ojos se encontró en una sala un tanto extraña, no tenía pisos ni paredes, pero todo se mantenía en un perfecto equilibrio.

Luego de un largo rato parado mirando la habitación, reconoció un cuadro que había colgado detrás de la mesa. Era un cuadro que había pintado su madre cuando el era pequeño, eran él y su abuela sentados frente a un rosedal, y ahí entendió donde estaba. Tomás se encontró de repente en la antigua casa de sus padres, que hace poco había sido destruida para construir un edificio moderno, pero que para el era el lugar más importante de su niñez, donde había decidido su sueño y donde había prometido amar por siempre al amor de su vida, María.

Tomás al recordar todo lo que había pasado, sintió una sensación punzante en el pecho, una tristeza tan profunda capaz de hundir a la locura a cualquiera, pero justo antes de empezar a llorar escuchó una voz con un tono muy amable y que lo calmó lo suficiente como para concentrarse en lo que estaba escuchando:

-Tomás, ¿Como pudiste terminar con todo tan pronto? esperaba verte triunfar con tu último proyecto, es una lástima.

Tomás, asustado, se dió la vuelta muy rápidamente y vió a su abuela, con una sonrisa agradable como siempre, y corrió a abrazarla. Esta lo abrazó, pero de un momento a otro desapareció, solo para volver a aparecer del otro lado de la habitación pero con otra forma. Este se presentó como Shiva, dios hindú de la creación y la destrucción, y dios de dioses. 

Tomás estaba sumamente confundido, ya que Shiva era uno de los personajes de su juego, pero nunca pensó que era real, por lo que simplemente creyó que estaba soñando, o que era una alucinación rara antes de quedarse sin oxígeno.

-Se lo que estas pensando, dijo Shiva, pero temo decirte que esto no es un sueño, esto es el limbo, un lugar entre la vida y la muerte, donde solo algunos elegidos pueden pasar para decidir como será su futuro.

Tomás, aún pensando que era algún tipo de alucinación y sin nada más que perder, decidió seguirle el juego.

-Puedo ofrecerte dos opciones, la primera es renacer en tu mundo, obviamente sin recuerdos de esta vida, en una familia adinerada, para que vivas tranquilo el resto de tus días y tu alma pueda descansar en paz. La segunda (y mi favorita, dijo Shiva entre dientes) es renacer en otro mundo, uno liderado por todos los dioses que conoces, donde nacerás con todos tus recuerdos, pero sin ningún otro beneficio.

Tomás pensó, por varios minutos pensó, pero tras ver todo lo que este mundo tiene para ofrecer, decidió ir al mundo nuevo, a lo que Shiva se puso contento, y dijo que le daría una mano.


Bogd Jan Uul. Mongolia. Año 13520. Calendario hindú.


Un niño es abandonado por sus padres en los pies de la montaña Bogd Jan Uul. Este es encontrado por unos monjes que volvían del pueblo y tras una pequeña discusión deciden llevárselo al templo, para preguntarle al líder espiritual que debían hacer.

Luego de 4 horas de viaje, estos llegan al templo, donde los esperaba el líder, que con una alegría extrema les dice a los monjes que había hablado con la diosa Kali, y esta le había dicho que iban a encontrar a un niño en los pies de la montaña, y era su obligación cuidarlo como si fuera uno de los suyos.

Los monjes, extrañados, le comentaron al líder que habían encontrado a un niño cuando volvían del pueblo, y que lo traían con ellos. El líder inmediatamente pidió verlo, y se lo llevaron dentro del templo, donde lo bañaron y alimentaron con leche de cabra.

Pasaron los años y el niño, ahora llamado Budda, jugaba con el rebaño en la ladera de la montaña, cuando sin darse cuenta cayó y se golpeó la cabeza muy fuerte contra una estatua. Cuando despertó estaba acostado en las piernas del líder, mientras todos los monjes rezaban por su recuperación, pero en un idioma que no entendía. Cuando quiso preguntar que había pasado, todos lo miraron extrañados, decían que hablaba extraño y que no le entendían, así que Budda decidió escribir en un papel lo que les quería decir.

Los monjes intentaron leer, pero no entendían los raros símbolos escritos en el papel, era español. Todos decidieron seguir intentando al día siguiente, cuando todo se haya calmado un poco, Pero Budda, mientras intentaba dormir comenzó a sentirse algo extraño, una muy fuerte en el pecho y recuerdos que no eran de él sino de otra persona que el no conocía. Autos, computadoras, aviones, juegos, tecnología, una mujer con 3 niños al rededor, todos acostados juntos en una cama muy grande, mientras reían a carcajadas. Budda nunca antes había tenido esas experiencias, pero los recuerdos no se iban, y eran inconfundibles.

Con el paso de las semanas, más y más recuerdos inundaban la mente del pequeño Budda, mientras él perdía los suyos. Pero no se lo podía contar a nadie, ya que no hablaban el mismo idioma. Un día, Budda despertó pero no sabía donde estaba, aunque era la habitación donde había crecido, no se encontraba a si mismo y lo único que tenia en la cabeza era un nombre: Tomás Acevedo.

Siguieron pasando las semanas, Tomás ya había recuperado todos sus recuerdos, hasta los del limbo, y sabía que estaba en un mundo totalmente nuevo, sabía los nombres de los monjes, pero todavía no sabia hablar bien el idioma, así que, como pudo, le pidió al líder espiritual que le enseñe a comunicarse con ellos, ya que el golpe contra la estatua supuestamente le había borrado la memoria.

El lider y los monjes pasaron los siguientes meses enseñándole a Budda a hablar y escribir, pero notaron que se comportaba de manera extraña, como si fuera un adulto, aunque solamente tenía 5 años.

Pasó el tiempo, Tomás, que ya había adoptado las costumbres budistas ya que le parecían muy tranquilas y se hacía llamar Budda por todos, cumplió 10 años. El líder le dijo que debía contarle un secreto y se lo llevó a la cima de la montaña, donde había varias estatuas de los dioses hindúes Rama, Shiva, Visnú, Krisna y Kali.

El monje le contó la historia de este mundo, y que lo reinaban los dioses, antiguas deidades que rara vez se hacían ver para los humanos, pero que en todo el mundo había muchísimos dioses, y el era libre de venerar a quien él quisiera. Budda ya sabía esto, ya que lo había hablado con Shiva en una de las cientas de preguntas que le hizo antes de renacer, pero hizo de cuenta que era la primera vez que lo escuchaba. Budda decidió que iba a venerar a los dioses hindúes, ya que le parecían interesantes y estaba familiarizado con ellos.

Pasaron 5 años desde que Budda había decidido venerar a los dioses hindúes, principalmente Shiva, y un día comenzó a sentir una molestia abajo de ambos brazos, por lo que no dudó en comentárselo al líder, pero este no le dio mucha importancia. Los días siguieron pasando y el dolor era cada vez más insoportable. Budda, enloquecido, sentía unas fuertisimas ganas de cortarse la piel, por lo que corrió a la habitación del templo donde se guardaban algunas reliquias, tomó una cuchilla con forma extraña y se tajó la piel y carne de las costillas, pero lo que pasaría a continuación era inimaginable.

Los monjes escucharon un grito desde el fondo del templo, por lo que fueron corriendo solo para encontrarse con Budda, tirado en el piso, sangrando y con una cuchilla en las manos, pero de donde salía la sangre también salía un brillo enceguecedor, de un color dorado claro, el color del dios Shiva.

Luego de un rato, el brillo cesó, y los monjes pudieron acercarse a Budda, que había dejado de gritar y no sangraba más, pero al acercarse sus caras se tornaron completamente blancas al ver que a Budda le habían salido 2 brazos de donde se estaba desangrando, y se le había formado un bindi (marca roja en la frente) natural, que no se le salía con nada.

En ese momento Shiva se apareció ante los monjes, que lo miraban con asombro, pero este no les dio importancia, y se dirigió a Budda, que aún estaba desmayado en el piso. Shiva juntó su frente con la de Budda y ambos comenzaron a brillar, pero esta vez de una forma muy hermosa, como el amanecer.

Shiva desapareció, sin antes decirle a los monjes que debían cuidar de Budda como si de el mismo se tratara.

Cuando Budda despertó, una semana después, el líder le contó una leyenda milenaria sobre las reencarnaciones de dioses en la tierra, y como cada muchísimo tiempo, los dioses elijen a un humano y le otorgan poderes, llamándolos reencarnaciones. Budda recordó cuando estaba en el limbo y Shiva le dijo que le daría una mano, y se hechó a reír, por algún motivo le parecía gracioso el juego de palabras, y ahí se dio cuenta que junto a los poderes, también había tomado el sentido del humor barato de Shiva.

La leyenda de los brillos en el cielo y una nueva reencarnación no tardaron en esparcirse por el pueblo y las ciudades cercanas, y pronto todo el mundo había escuchado sombre los brillos en la montaña y el adolescente de 4 brazos bendecido por los dioses hindúes.

Cuando Budda festejaba su veinteavo cumpleaños decidió ir solo a meditar a la cima de la montaña, pero cuando volvió se encontró un templo en llamas, los cuerpos de los monjes completamente destruidos y quemados, y una banda de hombres a caballo alejándose rápidamente del lugar. Budda, que de la tristeza y el enojo que tenía había empezado a llorar sangre, vio una carta en el piso, pero esta solamente tenía un símbolo, algo parecido a un ojo, y juró por los dioses que obtendría venganza por su gente, quemaría hasta los cimientos a la organización que había desatado el caos en su templo.


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